El juego, actividad simple y placentera, se presenta como una dramatización del mundo interior del niño/a, adquiriendo un papel significativo no sólo en la consulta, sino en la vida cotidiana de todo sujeto en desarrollo. El juego es esencial para el bienestar de todo individuo, debiendo proveerle de satisfacción, libre de amenaza, encontrando en él y en la fantasía las principales riquezas del mundo interno del niño/a. “El juego es la prueba continua de la capacidad creadora, que significa estar vivo” (Winnicott, 1942).
El juego ofrece una instancia ideal para indagar y observar las angustias del niño/a. De esta manera, la base del juego, así como de los sueños, emerge de una particular forma de excitación, pudiendo verse perjudicado cuando ciertas necesidades instintivas pasan a primer plano. En el juego se introducen las tensiones experimentadas, las deslealtades, los celos, entre otros muchos sentimientos, que el niño/a percibe de los adultos que le rodean. A través del juego se amplía el campo de experimentación de estos sentimientos. En un contexto terapéutico, ambiente protegido y seguro, el niño/a encuentra un espacio para expresar sus impulsos de odio y agresión por medio del juego, sin que el ambiente le devuelva esos impulsos, contexto en el que sabe se toleran esos sentimientos agresivos. El juego se convierte en un mecanismo que posibilita controlar la ansiedad, o para controlar ideas e impulsos que llevan a tal ansiedad.
Mediante el juego es posible la unificación e integración de la personalidad, vinculando la relación del niño/a con su realidad interna y externa, viabilizando la relación entre las ideas y las funciones corporales, constituyéndose en un medio para resolver los problemas emocionales propios del desarrollo.
Según los conceptos elaborados en la teoría de Winnicott, el juego se ubica dentro de lo que denominó espacio potencial; espacio que media entre el individuo y el ambiente, donde la utilización de dicho espacio posibilitará la emergencia de las experiencias que han tenido lugar durante las primeras etapas de existencia. La creación de este espacio potencial sólo es posible mediante un sentimiento de confianza hacia el ambiente o figura significativa por parte del niño/a, o con la figura del terapeuta en el caso de un contexto terapéutico. De esta capacidad de confiar va a depender que el niño/a pueda formar imágenes para ser usadas de manera constructiva. Es en esta zona del espacio potencial y, en ella, a través del juego, que el niño/a integra el mundo interno y externo, construyendo un sentido, que permite el desarrollo de su personalidad y su sí mismo (self). Por ende, es en este espacio donde también se producirá la condición patológica en el sujeto. El espacio potencial se abre como un área intermedia, como una experiencia intermedia, entre lo real y lo subjetivo; es un espacio de transición entre la experiencia real y la experiencia subjetiva donde todo puede ocurrir, o no ocurrir, y donde la fantasía adquiere un rol trascendental. De esta forma, en el trabajo terapéutico con niños/as el juego y el espacio potencial adquieren un papel esencial, surgiendo entonces la pregunta respecto a cómo el juego en la terapia con niños/as se instala como espacio potencial y qué cosas emergen de él y en él. Y a la vez, cómo el juego expresado en el espacio potencial permite comprender el mundo interno y la realidad psíquica del niño/a.
Referencias
- Winnicott D.W. (1971): La ubicación de la experiencia cultural. Capitulo 7 de Realidad y Juego. Editorial Gedisa, Barcelona, 1992.
- Winnicott, D. W. (1936). Apetito y Trastorno Emocional. En Obras Completas. Psikolibro.
- Winnicott, D. W. (1942). ¿Por qué juegan los niños? En Obras Completas. Psikolibro.
- Winnicott, D. W. (1950). Crecimiento y desarrollo en la inmadurez. En Obras Completas. Psikolibro.
- Winnicott, D. W. (1966). El niño en el grupo familiar. En Obras Completas. Psikolibro.
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